Descubre una historia paranormal más junto a nuestro investigador de lo oculto, Roberto Monjaras
Hace tiempo les conté la historia del caso que me llevó a estudiar y buscar lo oculto: la de mis alumnos que desaparecieron en Tlaxtenalcac.
Sin embargo, hoy les quiero contar un suceso anterior, sobre lo que sería mi primer encuentro con lo sobrenatural.
Todo comenzó cuando uno de mis sobrinos se interesó por la caza de fantasmas. Esto fue cuando “The haunting”, llamada en Latinoamérica “La Maldición”, salió en los cines.
La fórmula era simple: explorar casas abandonadas donde se decía que ocurrían hechos sobrenaturales.
Mi hermana me pidió que acompañara a mi sobrino Carlos y sus amigos a una excursión a una casa abandonada muy popular.
Una que estaba a las afueras del bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México, donde ellos residían en ese momento: la casa de la tía Toña.
En aquel entonces yo no creía en nada paranormal. Solamente le estaba haciendo el favor a mi hermana.
No esperaba encontrar nada, pensaba que todo era una pérdida de tiempo juvenil. Así que conduje a mi sobrino Carlos y 7 más de sus amigos hasta la casa, era una noche fría de diciembre, en sábado.
Cuando llegamos al lugar, no era nada como lo que yo esperaba. Me imagine una casa sencilla, en obra negra.
En su lugar, había una casa enorme, casi una mansión, de dos pisos, con jardín y grandes puertas de herrería, al borde de una barranca: la casa de la Cumbre de Acultzingo, hogar de la tía Toña.
Fue en ese momento que sentí, quizás por primera vez, esta sensación a la que me he vuelto tan familiar: la de estar siendo observado.
Nos instalamos enfrente de la puerta principal, uno de los chicos sacó una pequeña estufa portátil con la que comenzó a calentar agua para café, marcando el inicio de una noche muy larga.
Los chavos estaban bien organizados, pero no se habían molestado en decirme qué íbamos a hacer. Probablemente escucharon que no estaba interesado, o lo asumieron.
De dos en dos comenzaron a entrar por la puerta principal, empezando su investigación armados de linternas y mucha valentía.
Yo, por mi parte, no quería saber nada sobre ningún fantasma. Aunque en ese momento no creía, algo dentro de mí me gritaba que debía alejarme de ese lugar.
Carlos entró primero y yo me quedé afuera con un vaso de café. Podía ver sus linternas desde las ventanas de la vivienda.
Recorrieron el lugar de un lado a otro, una, dos veces y salieron por la puerta principal. Aliviado, pensé que ese era el final. Pero entonces, dos más de ellos entraron.
Confieso que no los seguí con la mirada, quizás, porque no los conocía. Así que empecé a ver por las ventanas.
La luz de la luna iluminaba a nuestro alrededor, pero parecía incapaz de atravesar las ventanas de aquel lugar. Era como si la casa rechazara ser observada aunque, claro, este fenómeno era fácilmente vencido por la luz de una linterna cuando los adolescentes pasaban cerca de ellas.
Otra cosa que descubrí ese día es mi interminable curiosidad, pues después de observar aquello, le pedí una lámpara a mi sobrino y me acerqué a observar desde afuera el interior.
Por dentro la casa era vieja, más llena de polvo y telarañas que de espíritus. La decoración debía de ser del principio de los 1900 ‘s.
Era difícil de creer que un lugar así pudiera permanecer tanto tiempo a pie, sin convertirse en un refugio para animales salvajes o indigentes.
Seguí mirando hacía adentro para pasar el tiempo, pero algo me pedía a gritos que nos fuéramos; otra parte de mí empezó a sentir desesperadamente que necesitaba averiguar qué había sucedido allí.
¿Por qué una casa así fue abandonada? y, más importante, ¿por qué seguía así?
No fue hasta un par de horas después, cuando todos ya habían entrado un par de veces, que las cosas cambiaron. Mi sobrino y todos sus amigos estaban sentados afuera, tomando café, discutían qué hacer ahora, ya que nadie había visto nada.
Fue entonces, cuando la curiosidad por fin me ganó y entré. Aunque varios de los jóvenes se ofrecieron a venir conmigo, decidí ir solo.
El ambiente era pesado, la luz de la linterna era fuerte, pero parecía perderse en los rincones más oscuros de la construcción.
Y así comencé mi primera exploración, caminando lentamente por estos pasillos oscuros. No sabía que me iba a encontrar, no tenía ninguna experiencia en el campo como para hacer un juicio.
Lo único que estaba en mi mente eran los cuentos antiguos que oía cuando era niño: la tía Toña, una mujer rica, había adoptado a varios huérfanos debido a que ella misma no pudo tener hijos.
Sin embargo, criar sola a varios infantes problemáticos no fue tarea sencilla, y un día se hartó.
Cuenta la leyenda que la tía Toña los lanzó desde la parte alta de la casa que, la que da hacia el barranco, y después ella misma se quitó la vida dentro de su infame casa.
Al no tener familia, la mansión quedó abandonada.
Mientras caminaba por su interior, esperaba escuchar a mujeres fantasmales llorando amargamente, con largos vestidos blancos; esa era mi imagen de lo sobrenatural.
Basta decir, que la realidad superó todas mis expectativas.
Caminé hasta la cocina, mientras el cansancio me estaba comenzando a afectar; eso, junto con la atmósfera del lugar, me habían convencido de que había visto suficiente.
Entonces, algo apareció en las periferias de mi visión. Atravesó el suelo de la cocina rápido como el viento, pero se paró de golpe en la puerta que lleva a la sala.
Moví la luz de la linterna en esa dirección, y para mi sorpresa aquella figura no desapareció, sino que se dejó ver.
Era del tamaño de una mujer muy pequeña, pues tenía las extremidades de una persona, su piel era pálida como la muerte y no llevaba ningún tipo de ropa. Sus ojos eran como el abismo, oscuros e imposiblemente profundos.
Me miraba atentamente, su mirada era como la de un animal asustado porque fue encontrado por su depredador. Yo me sentía igualmente asustado.
Podía sentir un grito ahogado en mi garganta mientras esta criatura y yo nos miramos el uno al otro. Esto continuó hasta que una fuerza dentro de mí me obligó a moverme, solo di un paso al frente y eso fue suficiente para que esta criatura se diera a la fuga.
Después de recorrer las sombras un poco con la linterna, esperando que no regresara lo que acababa de ver, caminé hasta la entrada sin saber qué pensar.
Comencé a echarle la culpa a la paranoia, al cansancio. Incluso, sospeché que Carlos y sus amigos le habían echado algo al café.
Pero cada vez que estaba a punto de convencerme de que no había sucedido, esos ojos volvían a mi mente. No les dije nada a los jóvenes, pues ellos parecían emocionados.
Uno llevaba una radio de baterías. No sabía para qué, pero entro con ella, y un minuto después gritaron desde adentro que fuéramos con ellos. Entré junto a los demás.
La radio estaba a máximo volumen, no estaba sintonizada a ninguna frecuencia en particular, solo dejaba escapar estática. Entonces, lo comencé a escuchar: entre el ruido blanco se podían alcanzar a distinguir voces, la más fuerte y clara, la de una niña.
Rápidamente comenzaron a hacer preguntas… lo más preocupante es que recibían respuestas:
Era una niña de 5 años, había muerto por una caída, no sabía porqué estábamos allí y no quería hablar más.
Mi instinto quería preguntarle por la criatura que vi, pero al final, no tuve la valentía.
Me sentía suficientemente inquieto con que una voz espectral nos estuviera respondiendo desde el radio que teníamos enfrente.
Mi sobrino y sus amigos también tenían caras de inquietud, que mutó en horror cuando escucharon la última respuesta: “Quiero que se vayan”.
Todos supimos qué seguía, sin necesidad de ponernos de acuerdo. Nos fuimos en mucho menos tiempo de lo que había tomado instalarnos.
Varios años después intenté regresar a esa casa, aunque ahora, como investigador paranormal.
Sin embargo, cuando volví, la casa de la tía Toña ya no estaba abandonada: alguien la había sellado, dejando encerrado en su interior a lo que fuera que me tocó ver aquella noche.
Estoy convencido que lo que vi fue lo que quedó de la tía Toña después de asesinar a los niños a los que había dado hogar.
Nadie sabe cuánto tiempo pasó entre aquel crimen y que la mujer decidió quitarse la vida.
Lo que sí es unánime, es que su casa, a orillas del Bosque de Chapultepec, hasta hoy tiene un vínculo con los espíritus de quienes fallecieron ahí, víctimas de las altas expectativas de una mujer solitaria que no supo tener una familia.
Algún día, espero volver a la casa de la tía Toña, y poder desentrañar lo que hay detrás de esta, una de mis “Recetas para hablar con los muertos” más intrigantes hasta ahora.
Nos vemos pronto para continuar investigando lo paranormal, ¡no vayan solos a ningún lugar!