¿Cómo es posible que alguien que cometió crímenes tan atroces pueda volver a caminar libremente por las calles?
El mayor asesino en serie de niños de Colombia estuvo a punto de salir en libertad.
Luis Alfredo Garavito, conocido como “La Bestia de Colombia”, nació en 1957 en el departamento de Quindío, en el seno de una familia marcada por la violencia.
Su infancia fue una mezcla de abusos físicos y psicológicos, perpetrados principalmente por su padre, un hombre alcohólico y brutal.
Como si esto no fuera suficiente, Garavito fue víctima de abusos sexuales durante su niñez, un trauma que afectaría su vida para siempre.
A medida que crecía, huyó de casa, buscando refugio en las calles. Ahí, se sumergió en el alcoholismo y desarrolló una personalidad errática y violenta.
Pero nadie en ese momento podía prever el oscuro sendero que lo esperaba.
Luis Alfredo Garavito es considerado uno de los asesinos en serie más prolíficos de la historia moderna.
Entre 1992 y 1999, violó, torturó y asesinó a más de 170 niños en Colombia, aunque se sospecha que el número real de víctimas podría superar los 200.
¿Cómo lo hacía?
Garavito se ganaba la confianza de los niños en zonas rurales o pequeñas ciudades.
Con su apariencia inofensiva y una sonrisa amable, se acercaba a los pequeños, ofreciéndoles dulces, dinero o trabajos sencillos, disfrazado de vagabundo, vendedor o cualquier personaje amable que se le ocurriera.
Una vez que lograba que lo siguieran, los llevaba a lugares remotos donde comenzaba su brutal ritual.
Primero, abusaba sexualmente de sus víctimas.
Luego, las torturaba de maneras inimaginables, prolongando su sufrimiento por horas. Finalmente, los asesinaba de forma brutal, muchas veces utilizando cuchillos o estrangulándolos.
Lo más perturbador es que Garavito disfrutaba de cada momento.
Las autopsias revelaron que las víctimas habían sido brutalmente golpeadas, algunas con las manos atadas, otras con los ojos vendados, lo que indica que el dolor físico era parte esencial de su ritual.
Para él, no se trataba sólo de matar, sino de hacer sufrir.
Durante años, la desaparición de niños en Colombia fue atribuida a la violencia generalizada o al tráfico de personas, pero la verdad era mucho más aterradora.
En 1999, un error lo llevó a su captura. Garavito intentó secuestrar a un niño en Villavicencio, pero su víctima escapó y alertó a las autoridades.
Cuando lo detuvieron, su aspecto desaliñado y su comportamiento sospechoso hicieron que los investigadores profundizaran en su historia.
Lo que descubrieron fue un horror que estremeció al país.
Durante el interrogatorio, Garavito confesó más de 170 asesinatos. Habló con una frialdad espeluznante, recordando cada uno de sus crímenes con detalles perturbadores.
Incluso, llevaba un registro detallado de dónde había secuestrado a cada víctima, y qué había hecho con ellos, pues se trataba de niños varones de entre 8 y 14 años.
La evidencia, que incluía pruebas de ADN y otros indicios, lo vinculaba directamente con la muerte de cientos de niños.
A pesar de la magnitud de sus crímenes, la ley colombiana en ese momento sólo permitía una condena máxima de 40 años, pese a que los crímenes que cometió sumaban 1,853 años de prisión.
Además, gracias a su cooperación con las autoridades y a sus confesiones, su sentencia fue reducida a solo 22 años.
En 2023, Garavito estaba a punto de cumplir esa condena, y existía la posibilidad de que pueda quedar en libertad, lo que generó indignación y temor.
Sin embargo, el cáncer tuvo el Misterioso Placer de llevárselo primero.
Enfermo de cáncer de ojo y leucemia, la “Bestia de Colombia” murió en la cárcel de máxima seguridad de La Tramacúa, a solo dos meses de que se librara de la reclusión.
Hasta hoy, las familias de las víctimas, y su país entero, se preguntan:
¿Cómo es posible que alguien que cometió crímenes tan atroces pueda volver a caminar libremente por las calles?